jueves, 11 de junio de 2009

Cuento




¡NOS ATACAN!



Nunca podré olvidar, aquella tarde de lluvia, cuando cruzando el cerro Topomoy, nos encontramos cara a cara con los monos, el ejército ecuatoriano allí despanzurrados durmiendo a pierna suelta junto a unos algarrobos. Nuestro líder, el capitán Remigio de los Eros mandó a la tropa, en ese tiempo lleno de mocosos y serranos sin instrucción alguna, dividirnos en tres grupos, yo fui en el grupo del sargento Gonzaga, el moco Gonzaga como le decíamos, porque se la pasaba comiéndose los mocos cada vez que iba a pasar algo importante y ese día pasó. Todos cargamos los fusiles. Todos nos ajustamos las botas y emprendimos la encerrona. Nosotros nos fuimos por la derecha, subimos rampando una cuestecita siempre guarecidos por los algarrobos, por allí habían muchos, bajamos, y nos colocamos listos para atacar. El otro grupo dirigido por el sargento Dionisio Carrasco, se dirigió por la izquierda, en ese grupo estaba mi amigo Alfonso, alias Alfonsito, el nuevo. Ellos bajaron por un riachuelo, caminaron por sus entrañas unos metros y subieron queditos evitando pisar la hojarasca. A los pocos minutos ya estaban listos. La mano del capitán aún estaba en espera. Entonces, empecé a divisar quiénes estaban en el otro bando, en el enemigo. Siempre deseé no encontrarme con los Chasqui. Los Chasqui, eran tres hermanos muy unidos de los cuales conocí a dos, Jonás Chasqui y Antonio Chasqui. Con ellos estudié los dos primeros años de nuestras carreras, luego desaparecieron una mañana sin decir una palabra. Por esos tiempos ya se anunciaba la inminente guerra que tendríamos con el Ecuador, todo por un pedazo de tierra. Nos llamaron como reserva, casi toda mi aula se presentó entusiasta al servicio, Alfonso “el nuevo” y yo, nos desistimos en el fondo, pero acudimos engañados por un gobierno que nos prometió trabajo, ayudas y beneficios. Nunca vimos realizados esas promesas. Al igual que los Chasquis, también estaban estudiando otros extranjeros, dos argentinos, un mexicano, una española, la Marilú, y dos franceses, que se reían siempre que escuchaban que iba haber guerra con los ecuatorianos. A uno lo mataron por vender información secreta al país vecino. Alfonso era trujillano, tenía una hermana que era campeona regional de Marinera, él también lo bailaba, y ambos habían sido campeones juveniles un año según me contó su madre una vez cuando estuve de visita por su tierra. Su padre un cazador nato se había confeccionado un rifle con mira telescópica, una de las precursoras en el armamento bélico, pero que pasó desapercibido cuando los americanos la inventaron. Alfonso creció con ella, aprendió el arte del disparo selecto, el de dar en el blanco a veinte, treinta, cincuenta, cien metros y más. Yo aprendí de él la paciencia. Más que visitar a Alfonso, era ver a su hermana Susana, esa chinita guapetona de bien ver. Me enamoré de ella a solas, no sé si ella lo estuvo de mí, pero el día que nos alistamos, le escribí una cartita en la que le decía que estaba enamorado de ella, que me gustaba la forma cómo bailaba, su carita, sus ojitos chinitos, esos ojitos que me volvían loco. Nunca obtuve respuesta alguna. Entonces Alfonso me hizo una señal con la mano que al principio no entendí, me señalaba algo allá al frente, en el campo enemigo, entonces miré con detenimiento al bando enemigo y entendí lo que me quería decir. Eran los Chasqui durmiendo uno al lado del otro. Justo lo que ambos no queríamos se nos presentaba. La mano del capitán aún en lo alto, esperaba no sé qué para dar la orden. Alfonso levantó levemente la cabeza preguntándome seguro que qué hacer, a los segundos le devolví otro gesto moviendo la cabeza negativamente. Pensarán ellos lo mismo si nos encontrasen, me preguntaba. Qué hacer. El guarda que también dormía abrió los ojos asustado, seguro por alguna pesadilla, entonces, poniéndose en pie, empezó a andar de izquierda a derecha. Caminó en nuestra dirección, se detuvo un segundo mirando a su alrededor olfateando quizá la muerte, se bajó la bragueta y empezó a mear. Las pequeñas carpas raídas que sólo cubrían las cabezas de los soldados, la pobreza que se olía y ahora una pequeña llovizna que caía, sólo delataba la miseria de nuestros ejércitos. Cómo deseaba que en ese momento nos llegara la noticia de que ya se había llegado a un acuerdo de paz. Pero eso no ocurriría hasta dos años más adelante. De pronto, el capitán bajó la mano indicándonos el ataque. Entonces atacamos. Un disparo en la frente, seguro de Alfonso derribó al guarda. Sólo se escuchó un “nos atacan”. Seguro que si nos ven nos matan, pensé. Atacamos. En ese momento pensé en mi vida y no en la de los Chasquis. Entonces disparé a matar. Nunca se pensaron lo cerca que estábamos.

Ningún herido. Todos muertos. Así empezó una de las tantas y tontas guerras con el Ecuador.

Julio L. Rodríguez

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4 comentarios:

Julio L. Rodríguez dijo...

Recreación de las tontas guerras que hubo con nuetro país vecino, Ecuador. Tanto se ha escrito de esto, pero tan poco conocemos el porqué se inició, digo, el motivo verdadero. Me pregunto, cuántos casos similares se habrá dado en todas las guerras del mundo.
Nunca se han hecho esa pregunta.
Pues seguramente, en muchas verdad.

Un saludo.

Julio L. Rodríguez.

Ricardo Guadalupe dijo...

Muy bueno, Julio, de verdad. Me recordó a algunos autores hispanoamericanos de los buenos, por la cantidad de personajes, por las anécdotas conque están descritos, por la forma tan resuelta y veraz, y casi tierna, en que nos has presentado una realidad tan absurda como es la guerra. Felicidades. No pares de escribir.

Un abrazo

Julio L. Rodríguez dijo...

Gracias amigo, tú siempre animándome a seguir escribiendo. Tú no necesitas más animación de la que tienes Ricardo por lo que he visto. Te seguiré felicitando y festejando juntos el placer por la escritura y la lectura. Ah, por cierto, te llegaron mis anteriores mails.
Un abrazote colega.

Julio.

Anónimo dijo...

ERES EL MEJOR, HERMANO DE MI ALMA...