domingo, 4 de mayo de 2008

Cuento



RAMÍREZ

¿CAUSA JUSTA?

Jorge

Lo acepto. Soy un asesino. Bueno, en realidad somos dos, mi hermano y yo. Pero yo le obligué a hacerlo. Mario es bueno. Cuando Mario y yo andábamos cursando los veinte años nos convertimos en los primeros asesinos despiadados de la familia. Todo empezó el día cuando Ramírez llegó enfermo a casa. Muy enfermo. Al principio nadie tomó interés a su enfermedad, pero luego de notar cómo se revolcaba en su cama inquieto seguro por el dolor y de deambular por las noches con vómitos y diarreas constantes, nos dimos cuenta que Ramírez estaba enfermo. Llegó muy de tarde aquel día, seguro de pasear por la ciudad, porque Ramírez gustaba mucho de la noche, ora en el cine, ora en la iglesia, ora atrás en la casa de la vecina. A Ramírez le querían mucho. Mucho. Pues ese día, recuerdo haberle sentido entrar con sigilo a casa, subir las escaleras, desempolvarse un poco, mear y finalmente tumbarse en su cama. Al rato, sentirle inquieto y fastidiado.

Poco días después el semblante de Ramírez había cambiado, se le notaba triste, decaído. Es más, había dejado de salir por las noches, cosa que no hacía casi nunca, excepto los días de fiesta. Pero ese día no salió. ¿Qué es lo que te pasa? Le pregunté un día. Pero no obtuve respuesta de él mas sólo una mirada nimia de “me pondré mejor”. Pero ya no se puso mejor. Estaba empeorando. La comida que hacía mamá estaba siendo rechazada por Ramírez. Jamás había rechazado un plato suyo. Estaba mal. Mamá que de cuando en cuando echaba una miraba a Ramírez, tomándole la temperatura y colocándole unos cataplasmas en la frente para así poderle bajar un poco la fiebre, decía que necesitaba que le vea un médico urgente. Pero esperamos. Quizá sea sólo una infección estomacal y lo peor esté ya pasando. Pero el paciente fue de mal en peor. Mamá hablaba con él por las mañanas, mi hermano lo hacía por las tardes después de llegar de jugar al fútbol y yo sólo lo hacía por las noches saliendo del trabajo.

Mario

A veces me desesperaba, nadie acudía a verle. Jorge por un lado, mamá por otro. Las diarreas y los vómitos no pararon, fueron empeorando.

Le dimos pastillas, calditos preparado por mamá, cola de caballo, hierba santa, pero nada que parara las diarreas de Ramírez.

A medida que pasaba el tiempo, un hedor mortal poco a poco estaba inundando la casa. Mamá cada vez a regañadientes reclamaba un médico. Pero el médico no llegaba. Pobre Ramírez, tan bueno que es.

Jorge

Conocimos a Ramírez una tarde de domingo. Ese día mamá apareció con él y nos dijo casi como pidiendo permiso que Ramírez se había robado su corazón, y fue cierto, pero por un tiempo porque a mamá pasado un tiempo dejó de interesarle como deja de interesarle casi todas las cosas que le vuelven loca al comienzo. Sabíamos que sucedería eso, pero no nos importó porque Ramírez nos cayó bien al instante. Jugaba a la pelota con nosotros, iba de cacería, nos escuchaba todo y nos entendía, el único creo que nos entendía. Creo que a Mario, mi hermano, le cayó mejor Ramírez, andaba casi todo el día con él. Reían, jugaban. Eran muy buenos amigos.

Mario

A Jorge dejó de importarle Ramírez al poco tiempo. Ya no se reunía con nosotros como lo hacíamos antes. Mamá había dejado de querer a Ramírez por circunstancias que no sé. Siempre pasaba eso con mamá. Se entusiasmaba con algo para luego dejarlo. Así es ella. Ahora parece que a Ramírez no le importa nadie. Ramírez se queda porque no tiene a donde ir. Porque sobra otra cama. Porque hay qué comer. Porque él nos cuida. Ramírez siempre me escucha, él es un amigo de verdad. Jorge como ahora se la pasa en el mercado ya no tiene tiempo de pasar el rato con nosotros. Pero eso no me importa. Nunca quise hacerle eso a Ramírez. Jorge me obligó. Pero estaba mal, muy mal. Quizá algo le hicieron una de esas noches que salió a pasear. Algo trajo consigo, alguien le debió pegar alguna enfermedad.

Jorge

Ese día mamá salió de casa maldiciendo el olor a muerte que se respiraba dentro. Ya no aguantaba más vivir en una casa que se estaba convirtiendo en un nicho gigante. Ya no. “Ustedes sabrán lo que hacen” nos dijo al salir. “Cuando regrese lo quiero encontrar todo limpio”, puntualizando eso de “LIMPIO”. Miré a Mario pero rápido se hizo el desentendido. No te preocupes mamá, le dije. Y cerró la puerta.

Mario

Jorge me lanzó tres opciones a boca jarro. Al comienzo le creí el ser más ruin del mundo. El más despiadado. “No lo quiero hacer hermanito, tú lo sabes, pero tenemos que hacerlo” me dijo. “Mírale cómo está el pobre, sufriendo”. Y era cierto, Ramírez estaba sufriendo. Entonces lo hicimos.

Jorge

“Si lo hago es porque tú me lo estás obligando” me dijo Mario enfadado. Le expliqué que el pobre estaba muy mal, que Ramírez no se merecía una vida así, que debemos de hacer algo, que mamá se enfadaría si lo encontrara aún aquí. ¿No hueles? Mario le dije, la muerte se nos está pegando al pellejo. Y parece que con eso se ablandó un poco. Mario es muy bueno con todos. Mario no haría nada malo si no fuese por una causa justa. ¿Sería esta una causa justa? me pregunto.

Mario

Entonces Jorge desató todos los pasadores de zapatillas y zapatos que encontró en casa, los amarró e hizo una cuerda con él. Cogió un par de bolsas transparentes y un par de guantes y me dijo, trae aquí a Ramírez. Ramírez salió tropezándose consigo mismo. “Si no fuera por sus huesos se caería su pellejo” pensaba lo que alguna vez le dijo el abuelo.

Jorge

(“Mario, no le debes de mirar, le decía, mira hacia otro lado, no le mires a la cara, se moverá, pataleará, gemirá, querrá soltarse, pero jamás le mires a la cara, por favor, tienes que tirar con todas tus fuerzas, Mario, hazlo que el pobre está sufriendo” ) Vomitó por última vez cuando le puse la cuerda alrededor de su cuello. Amarré las bolsas a su cabeza y mirando hacia otro lado tiramos con todas nuestras fuerzas. Al rato y después de gastar mucha fuerza nos dimos cuenta que Ramírez no se movía.

Pusimos el cuerpo junto a su cama, lo envolvimos con una manta y le rezamos un poco.

Cuando llegó mamá, Ramírez ya no estaba. Mira lo que he traído Jorge, me dijo contenta enseñándome otro perro.



Julio Lucio

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